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Internet, censura y algunos eufemismos

Cuando tenía 12 años quería ser periodista. Recuerdo que mi profesora Carmela iba pasando uno por uno, algunos decían que bomberos, otros veterinarios... las típicas profesiones que quieren los niños, que todas tienen en común ese afán altruista por hacer del mundo un lugar hermoso. Tenía cierta habilidad para escribir, y fui subiendo a recoger premios desde los 12 hasta los 17 años, haciendo recitales de poesía -de las pocas cosas que puedo leer en público sin que me tiemble la mano-, y sobretodo y ante todo, escribiendo mi diario, que fue en muchas ocasiones lo que me ha permitido conocerme a mí misma y no perderme en el intento.

Por la naturaleza del sistema acabé en Psicología, sin terminar nunca de sentirme cómoda en esos zapatos. Me licencié sin pena ni gloria y me pasé los siguientes 5 años intentando recuperar tiempo perdido, esta vez desde detrás de las cámaras. Nunca volví a escribir, y a esas alturas ya no recordaba que un día quise ser periodista. Hoy, a los 35, he aprendido dos cosas: que uno es aquello que practica, aquello que hace. Y dos, la importancia de hacer algo que ames, por que sólo haciendo algo con amor puede uno despuntar, ser bueno en lo que hace.

Por ello empecé como blogger no hace tanto. Y por ello empiezo hoy a colaborar con la revista online El mundo de Wayne, y tengo el orgullo de enlazar aquí mi primer artículo: Internet, censura y algunos eufemismos, que constituye la primera de 5 partes que se irán publicando por semanas. Os lo dejo a continuación.

Internet, censura y algunos eufemismos.

Internet, además de ser una nueva plataforma de comunicación horizontal, ha supuesto un nuevo poder civil. Las tentativas por parte de los poderes tradicionales para su regulación han generado tal controversia y oposición entre los usuarios que el debate sigue abierto sin demasiadas perspectivas de encontrar una vía que satisfaga a ambas partes. Desde la visión más restrictiva, Internet supone un atentado contra los derechos de los ciudadanos. Desde la de los internautas, supone un paso hacia la libertad. Las visiones parecen irreconciliables, más me planteo si no serán los intereses de los grupos los que son irreconciliables. Tal vez llegó el momento de la solidaridad, de anteponer el bien común a los intereses de unos pocos, para así no sólo convertirnos en mejores sociedades, sino en mejores personas.

Fuente de la fotografía: Arguez en Flickr.

El siguiente extracto, publicado en El País digital el 9 de diciembre de 2008, pertenece a la entrevista realizada en su estudio de Nueva York a Art Spiegelman, dibujante de novelas gráficas y ganador del Pullitzer en 1992 por su obra Maus:

"Dimití porque no podía seguir haciendo trabajo educado. Me convertí involuntariamente en un dibujante político, porque los atentados (del 11 de setiembre) afectaron a mi vida. Hacer ilustraciones bonitas era incompatible.

Así nació el libro In the shadow of the two towers que, como Maus, tiene una fuerte carga autobiográfica, pero efectivamente, sirve para analizar globalmente el terrorífico mundo del terror en que la Administración de Bush sumergió a Estados Unidos. "Lo publiqué por entregas en periódicos alemanes y extranjeros. Aquí The New York Review of Books, que es, supuestamente, una voz crítica, no se atrevió. Fue una época horrible de autocensura la que vivió este país tras los atentados. Por suerte, ya hemos salido de ella". The forward, una publicación judía y socialista, con una tirada de unos pocos miles de ejemplares, aceptó el desafío de la publicación pero en realidad nadie se enteró de lo que había hecho Spiegelman hasta que editó el libro en 2004. Aun así, considera la censura mucho más grave que la autocensura. "Mira lo que les pasó a tus compatriotas de la revista El Jueves. Se la secuestraron por hacer un chiste sobre el Príncipe y encima pagaron una multa. Al menos, aquí esto no pasa".


Censura es sin duda una palabra fea. Nos remite directamente a los largos y oscuros años, no tan lejanos, de la dictadura franquista. No sin razón los políticos y representantes de cualquier institución se guardan mucho de utilizarla en los medios, para qué pudiendo recurrir a eufemismos como regulación o límites, las cuales no sólo no atentan, sino que dicen proteger, amparados bajo la bandera de la democracia, los supuestos derechos de los ciudadanos en un mundo globalizado.

Sin embargo, la globalización mediática no es algo nuevo. Sus inicios se remontan al siglo XIX con la propagación del cable para la comunicación telegráfica, el surgimiento de agencias internacionales de información -las mismas que posteriormente tomaron partido en transacciones financieras y comerciales-, y finalmente con el desarrollo de la transmisión de información a través de ondas electromagnéticas y el consecuente surgimiento de organizaciones internacionales dispuestas a disputarse su parte del espectro, en una especie de carrera a lo “Heroes” bajo el lema “control the media, control the world”. Todo ello ha dado lugar a un cuadro de relaciones de poder estructurado entre unas pocas organizaciones transnacionales que concentran el poder económico y simbólico, todas ellas controladas mayoritariamente por capital privado.
Fuente de la fotografía: Jaume d'Urgell en Flickr.


El desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías en los últimos 30 años, junto con su masiva difusión y aceptación dentro de la sociedad, ha significado una ruptura de esta tendencia. La digitalización de la información ha permitido su gestión y almacenamiento en cantidades inimaginables hasta ahora, al tiempo que se posibilitaba su difusión y acceso a tiempo real. El flujo desigual de contenidos simbólicos que hasta ahora había inundado la pantalla de los televisores de medio mundo (principalmente de procedencia norte-americana), compite de repente con centros de medios y canales de TV independientes, periodistas digitales que no subscriben a una firma o política concreta, y con la multiplicación exponencial de productos mediáticos en la red, consecuencia directa del abaratamiento de costes de hardwares, softwares y periféricos. El ciudadano medio deja de consumir y se pone a producir, y ésta sí es una verdadera revolución.

No es de extrañar ante este nuevo panorama que los que hasta ahora sustentaban el poder se revuelvan en su lecho buscando la forma de regular el nuevo medio y seguir conservando una posición privilegiada, ya no sólo en lo que refiere a la hegemonía en la capacidad de emisión e ingresos económicos directos, sino en cuanto al contenido simbólico de esas emisiones. Internet abre de repente una nueva vía de comunicación y un nuevo discurso donde los disidentes tienen voz, voz que se escapa al control tradicional y cuya repercusión en la esfera pública está todavía por ver. Estamos en los albores de una nueva era. De nosotros depende el acercarnos o no a los que nos son diferentes y sembrar el camino para futuras generaciones. De nosotros depende, de todos y cada uno de nosotros esta vez, acercarnos a una sociedad más democrática.

Fuente de la fotografía: davidrossharris en Flickr.




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